La danza oriental ha sido rechazada por las tres religiones más intolerantes de la historia: la judía, la cristiana y la musulmana.
La posición del judaísmo y del cristianismo en oriente ha oscilado siempre entre la prohibición total y una persecución más o menos encubierta. La actitud de la iglesia católica a partir del siglo V ha sido casi siempre restrictiva (salvo raras excepciones) y la mayoría de las veces ha rechazado la danza por encontrar contenido sexual en ella; pero las tradiciones paganas siempre han mantenido vivas en su memoria y costumbres las danzas primigenias, aún a pesar de las represiones religiosas.
También los pueblos árabes pre-islámicos (considerados paganos) siempre han sido grandes amantes de la danza, junto con la música y las artes. Este período, conocido como Yahilí (o edad de la ignorancia), realmente también fue una época dorada para la poesía, alcanzando un gran esplendor.
Con la venida del Islam, aunque las artes siguieron evolucionando favorablemente por un cierto tiempo, la situación cambió radicalmente en la conciencia popular. La danza fue despojada de cualquier significado sagrado y religioso, permaneciendo así hasta nuestros días.
Aunque el Corán no prohíbe la danza expresamente, el Islam rechaza la danza oriental principalmente porque la bailarina muestra gran parte de su cuerpo, aspecto inconcebible e inmoral de esta religión para con la mujer árabe, que no debe mostrar su cuerpo más que a su marido, ya que según la tradición, el profeta Mahoma afirmó que cuando una mujer llega a la edad de la menstruación, sólo debe dejar a la vista de los demás, el rostro y las manos.
Sin embargo, ni la religión más restrictiva ha podido impedir que la danza oriental haya llegado a nuestros días, a través de esas maravillosas mujeres que han sido las bailarinas populares, haciéndolo posible a lo largo de la historia a pesar de las dificultades. De hecho, el papel de la mujer ha sido primordial en la transmisión de la danza. Como diría el propio Shokry Mohamed: las bailarinas populares de todos los lugares han sido, son y serán siempre, portadoras de la historia de la vida.